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La loca, loca vida del 'Pirata de Culiacán' "No era criminal. Era lo mismo que el 'Kemonito' para la lucha libre"

La fascinación por la narcocultura alcanzó su mayor expresión con El Pirata de Culiacán. Un muchacho de procedencia humilde que a pesar de su pobre educación y su ignorancia pronto entendió una de las máximas lecciones del capitalismo: para ser alguien en esta vida hay que forjarse una brand-name. Fue así como Juan Luis Lagunas Rosales engendró a su personaje. Pirata, en el lenguaje de la calle, significa piratón, una persona alterada por las drogas, el alcohol o una conducta errática.

El pasado lunes Juan Luis fue abatido, como los personajes de los narcocorridos, en un bar de Tlaquepaque, por quince balazos. Aunque fue ultimado por un comando armado a El Pirata no lo mató la narcocultura. Lo aniquilaron las leyes del espectáculo. 

Y como la figura mediática que fue, su deceso alentó todo tipo de reacciones: desde aquellas que lo elevaron al rango de héroe (por un país de desclasados hambrientos de unos mendrugos de gloria en este México de la desigualdad social), hasta los que lo condenaron por ser un ejemplo para la juventud (de modelo a seguir nadie lo tomó en serio, más bien era un bufón), pasando por quienes culparon con acritud el sistema educativo del país.

Como ocurre con mucha celebridad, la muerte de Juan Luis solo incrementó su fama. Los medios oficiales y las redes sociales se encargaron de decirle al mundo que lo desconocía quién fue El Pirata de Culiacán. Desde la noticia de su acribillamiento su imagen y su historia se ha replicado sin tregua a través de artículos, video reportajes, y sobre todo memes. 


Y miles de fans de Juan Luis, y lo que lo representaba, que no tardaron en reivindicarlo como un valiente. Porque vivió como quiso. Sin embargo, El Pirata de Culiacán no tuvo opciones. Desde el minuto cero que ingresó al ambiente del narco fue una mascota sin posibilidad de escape a su condición.

Juan Luis abandonó la escuela a los catorce años y de su natal Navolato emigró a Culiacán, la capital mundial del narcotráfico en el mundo. 

Él no lo sabía, pero reunía todos los ingredientes para convertirse en el bufón oficial de la cultura de la droga. 

Era bajito como un luchador mini, incapaz de expresarse de manera normal, como Sammy Pérez (¿a poco pensamos que el narco no tendría su cómico de televisa?), y con toda el hambre del mundo. 

Pero no hambre de superación, ni siquiera tenía la capacidad para intuir lo que es el progreso, hambre por ir de cero a mil. Por esa razón se convirtió en un show. Su rutina: ponderar la narcocultura, pontificar la vida criminal. Beber y meterse coca como un capo eran sus aspiraciones. 

Esto le abrió todas las puertas de la vida al margen de la ley y del mundo del espectáculo que pondera ese lifestyle.   

Pero Juan Luis no era un criminal. Era lo mismo que Alushe o el Kemonito son para la Lucha Libre. Comenzó a alquilarse para videos de grupos de música grupera y para aparecer en fiestas, fue la Paris Hilton del tercer mundo. Y le permitieron acceso a armas, drogas, coches, animales exóticos y mujeres buchonas. Y su conducta era vitoreada con ardor.

Existen tres terribles momentos en la corta y piratona vida de El Pirata de Culiacán. El primero, cuando se exhibe en la entrevista que le realizara Pepe Garza en Tijuana como una persona que no sabe nada sobre sí mismo y que desconoce por completo dónde está parado. 

Dos, haber mencionado en una grabación que el Mencho, líder del Cartel Nueva Generación se la pelaba. Y el meme en que se ven dos imágenes de él con dos leyendas. La primera dice “por la tarde” y se le ve junto a un joven fan. La segunda es una fotografía de Juan Luis ejecutado con la frase “por la noche”.

Se presume que el Mencho lo aniquiló. Pero parece que fue el acto de llevar su personaje al límite lo que ocasionó que dejara de existir. Ingerir cantidades ingentes de alcohol y droga, acariciar tigres blancos, tomarse selfies con pistolas de oro, era un truco ya muy visto.

El Pirata en toda su elementalidad sabía que el público exige actos cada vez más arriesgados. Entonces retó a un capo de verdad y pagó con su vida. Murió no a causa de su estilo de vida o el narco, pereció bajo las leyes del show bizz.


Ni un solo familiar se ha presentado a reclamar el cuerpo de Juan Luis. Ya fueron a pedirlo unas personas que no pudieron acreditar parentesco alguno con el finado. Lo que lo convierte en el rey de los desclasados de México. 

En este país mueren en el anonimato millones de personas, El Pirata es el más célebre de los anónimos. Por fin una tía de Juan Luis consiguió que le entregaran el cadáver. Lo que le espera es entronización por una generación necesitada de un nuevo Malverde.

En los medios y en las redes sociales se cuenta la historia del Pirata una y otra vez, sin embargo su vida nadie la puede contar. No existirá biógrafo que pueda reunir los pedazos que fue su existencia. 

Y aunque no faltará quien pretenda elevarlo al rango de leyenda no va a poder contar un relato que le otorgue un cariz humano. A lo más que aspira Juan Luis es a una serie en Netflix. No dudo en que ya estén buscándole guionista.