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La Narco-historia de La familia Reyes Pruneda de Nuevo Laredo, Tamaulipas 1975

Los dos hombres de mediana edad oían con respeto la voz de don Juan N. Guerra que por su tono resonaba en la habitación como suspiros del frío invierno. Eran sus socios en la siembra, cosecha y trasiego de la mariguana, lo mismo que de los laboratorios clandestinos donde se trataba el jugo lechoso extraído de los carnosos bulbos de la amapola. Debido a que cada uno sabía con precisión sus respectivas actividades, en raras ocasiones los tres se reunían públicamente para tratar asuntos de “trabajo”, como ésta.

–Me pareció conveniente hablar con ustedes antes de que el asunto se salga de control –dijo don Juan a sus dos socios.

–¿Hay algo de qué hablar? –preguntó con cautela el primero de ellos.

Al oír la pregunta, don Juan le lanzó un dardo con la mirada.

–¿Qué no lees los periódicos, o no te informa tu gente? –le cuestionó venenosamente el segundo hombre, como una forma de congraciarse con don Juan y de hacerle notar que él sí sabía la razón de aquella reunión.

–Yo pienso que no hay por qué preocuparse. Lo que pasa aquí, en Nuevo Laredo, no es nada –contestó malhumorado el primer hombre.

Para mediados de 1975, Nuevo Laredo padecía aún los estragos de su primera gran oleada de asesinatos provocada por el narcotráfico. Había comenzado en 1970, durante el segundo año del trienio de la administración del alcalde Francisco Garza Gutiérrez, y antes de que dejara el cargo, en 1971, habían sido ejecutadas treinta y tres personas, entre narcos, policías e inocentes vecinos que de pronto se vieron en medio de los enfrentamientos armados.

En 1972, ya durante el gobierno municipal del sucesor de Garza Gutiérrez, el también priísta, Abdón Rodríguez Sánchez, el número de muertos aumentó a sesenta. Para mediados de 1975, los enfrentamientos habían bañado a la ciudad fronteriza con la sangre de más de cien policías federales, inocentes y narcotraficantes, entre estos últimos algunos miembros de la familia Reyes Pruneda.

En realidad la violencia en Nuevo Laredo se desató el 2 de noviembre de 1970 cuando Refugio, Cuco Reyes Pruneda, en el restaurante La Siberia, mató a balazos a los agentes federales Rafael Hernández Hernández y Álvaro Díaz de León, que intentaron apresarlo al negarse a cubrir la parte acordada para que su familia pudiera trabajar sin ser molestada.


La muerte de los dos federales fue el detonante que hizo estallar la guerra entre su familia y los federales. Seis meses después, el 24 de mayo de 1971, como consecuencia de esa batalla, serían muertos otros dos policías de la Judicial del estado: Juan José Aguinaga Ríos y Bernardino Montemayor.

Simona Reyes Pruneda y sus siete hijos, que un día se habían ganado la vida honradamente ahora lo hacían traficando drogas de una manera violenta. Algo que no toleraban las autoridades, y por lo que en los últimos años se habían convertido en un estorbo para la buena marcha del negocio en Tamaulipas.

Los Reyes Pruneda era una familia de rancho que antiguamente vivió a las orillas de Nuevo Laredo. Cuando se decidieron entrar al negocio, sus ingresos se basaban en la siembra, cosecha y trasiego de la mariguana, y del tráfico de la goma de la amapola que elaboraban en rupestres laboratorios clandestinos. Desde entonces, a Simona y su prole se les tenía como una familia con poder y muy peligrosa. Simona, de cincuenta y tantos años, era una mujer valiente y capaz de controlar a sus violentos vástagos.

En su comarca no permitían que la gente de don Juan Nepomuceno o ningún otro competidor operara, ni tampoco pagaban a las autoridades la obligada renta, para que pudieran trabajar sin ser molestados.

Un comandante de la federal comisionado en Matamoros que trabajaba para don Juan, intentó en cierta ocasión obligarlos a pagar el permiso, y poco después fue encontrado muerto a balazos. Meses más tarde llegaron a Nuevo Laredo los agentes federales Rafael Hernández Hernández y Álvaro Díaz de León, dispuestos a obligarlos a deponer su actitud.

Desde que llegaron, sus pasos fueron observados por Cuco, el mayor de los hijos de Simona, mientras los agentes llegaban a comer al restaurante La Siberia, y mientras devoraban por completo los tacos pedidos, fueron abatidos a balazos.

Se creyó que nadie podría impedir que los Reyes Pruneda continuaran traficando por su cuenta y asesinando a los representantes de la ley, hasta que un buen día arribó a Nuevo Laredo el licenciado Salvador del Toro Rosales, agente del Ministerio Público Federal al que se le conocía como El fiscal de hierro, por su firmeza y dureza para perseguir a los narcotraficantes. Todo cambió para la familia Reyes Pruneda.

El severo funcionario federal traía la orden de exterminarla, de lo contrario su mal ejemplo cundiría entre el resto de los traficantes que sí cumplían y pagaban el permiso para operar sin contratiempos. Primero ordenó al comandante de la Judicial Federal Everardo Perales el asesinato de Cuco, después encarceló a Simona, la jefa del clan, y giró órdenes de aprehensión contra todo sospechoso de ser miembro de la banda.


Entonces los Reyes Pruneda se pusieron en contacto con su defensor legal Francisco Javier Bernal, mejor conocido como El abogado del diablo, a quien solicitaron ayuda. Y mientras éste estudiaba la mejor forma de sacar de la prisión a doña Simona, sus hijos vengaban la muerte de Cuco, ejecutando al comandante Perales, de quien corría el rumor de ser responsable de la muerte de otros narcos rebeldes. Sus asesinos lo mataron por la espalda y se dieron a la fuga en un auto rojo.

El abogado del diablo fue lo bastante insensato como para intentar sobornar al licenciado Del Toro Rosales, que de inmediato ordenó también su encarcelamiento, por tentativa de cohecho.

Para finales de 1975, la mitad de los miembros de la familia Reyes Pruneda habían sido muertos; la otra mitad, encarcelados. Meses después, prácticamente dicho clan sería exterminado, pues poco a poco fueron cayendo otros de sus miembros, junto con otros traficantes que habían seguido su ejemplo de indisciplinarse ante las autoridades.

–Yo pienso que lo sucedido en Nuevo Laredo, le puede pasar a todo pendejo que sabe cómo hacer un regalo a un policía, pero no tiene ni idea, ni los güevos para acercarse a un político. Por eso –agregó secamente don Juan–, creo que tenemos mucho de que hablar. Así que vamos a ver cuál es nuestra situación y cómo la vamos mejorar.