¿A qué hora me van a entregar?”, preguntaba víctima tras pago de rescate
¿Quieres que te matemos? Vamos a jugar una ruletita, dijo uno de ellos..
Los secuestradores no perdonan. No les importa la edad de sus víctimas ni el daño emocional o físico que puedan causar.
Uno de esos casos en el estado de Michoacán fue el que sucedió en mayo de 2015, del que fue víctima Sandra (nombre ficticio).
Después de un día de trabajo en su negocio, casi al llegar a casa, ella y su hermana fueron interceptadas por dos sujetos, quienes se llevaron a Sandra, de 50 años. Permaneció cinco días en cautiverio, en los que fue golpeada, encadenada y violada.
Esposada con las manos atrás y vendada de los ojos, la subieron a un automóvil, con la cabeza abajo, entre los asientos.
Minutos después la bajaron del automóvil y su cuerpo no respondía por el miedo.
—Yo no tengo dinero, no sé quién me quiere hacer daño —les dijo a sus plagiarios.
—El daño ya te lo hicieron, ya te chingaste —le respondieron.
—No me hagan daño.
—Eso depende de tus familiares, si cooperan no te va a pasar nada.
Al siguiente día entraron al cuarto diciéndole que sus hermanos no querían cooperar. “Uno me comenzó a cachetear”.
En su desesperación recordó que tenía un crédito preautorizado, mismo que ofreció a sus captores si la dejaban libre. Pero luego reaccionó.
—No te voy a poder dar los 200 mil pesos porque mis cuentas son fiscales y los tengo que justificar con factura y si no me voy a ir a la cárcel por evadir impuestos —les dijo.
—A nosotros nos vale madre, nos das los 200 mil pesos, y si te vas a la cárcel, entonces te vas —respondió uno de sus captores con voz amenazante.
Inició el daño emocional más difícil para ella. Uno de ellos, el más joven, comenzó a manosearla y advertía que si decía algo la mataría.
Al tercer día, Sandra escuchó la canción de Las mañanitas, trataba de imaginar dónde se encontraba por el tipo de música. Recuerda que eran tiempos de elecciones y con la propaganda por megáfono identificó el lugar.
De 200 mil, ahora pedían 500 mil pesos.
Al cuarto día negociaron con una de sus hermanas, quien les ofreció 10 mil pesos, lo único que tenía.
“No se conformaron y me golpearon más fuerte y me rompieron una costilla”.
—¡Mátenme! —les gritó.
—¿Quieres que te matemos? Vamos a jugar una ruletita —dijo uno de ellos.
“Me ponen una pistola en la cabeza, oigo cuando cortan cartucho… y disparan. No salió ninguna bala”.
—Pinche vieja, tienes suerte, pero vamos a seguir jugando.
“Cortan cartucho de nuevo, disparan”. De nuevo se salva.
—Esto no va a ser así tan fácil, primero te vamos a torturar, te vamos a martirizar, te vamos a cortar en cachitos y lo único que va a aparecer en tu casa va a ser la cabeza —advirtió uno de los secuestradores.
“Le pedí a Dios que si me mataban que me tiraran como fuera, pero que lo hicieran en un lugar visible para que mis familiares me encontraran rápido y me dieran santa sepultura. Los secuestradores se cansaron de golpearme, se salieron enojados. Uno de ellos me seguía manoseando”, narra Sandra.
Los criminales llegaron a un acuerdo con sus familiares, se realizaría la operación de entrega de dinero, pero le advirtieron que si alguno de ellos era detenido, la matarían. Al siguiente día la noticia para Sandra fue que la entrega de dinero había salido bien.
—Si mis hermanos ya cumplieron, ¿a qué hora me entregan? —cuestionó.
—Vamos a recibir órdenes, puede ser ahorita o en la madrugada.
Pasaron las horas y no recobraba su libertad. Gritó: “A qué hora me van a entregar”.
—Hasta que le digamos, además está lloviendo —respondió uno de ellos.
Sandra tomó una cobija para cubrirse el cuerpo e intentar dormir.
Llegó el quinto día, el más esperado, pero el más desgarrador para Sandra. Antes de su liberación, el menor de 17 años, el más joven de la banda, abusó sexualmente de ella.
“Vino la cosa más horrible que me pudo pasar: me violaron, me violaron”, rompe en llanto.
Esa noche fue liberada, al lugar en el que fue abandonada llegaron dos elementos de la Unidad Antisecuestros, siempre siguieron de cerca el operativo.
Por ese caso hay dos sujetos sentenciados, uno en proceso y el menor, quien sigue el proceso en su contra en libertad.
“Es menor de edad y sabe lo que hacía, quiero que se le juzgue y pague con cárcel”.