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“Popeye”, un hombre 80% muerto

El jefe de sicarios de Pablo Escobar, Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias ‘Popeye’, salió de la cárcel de alta seguridad de Cómbita, Colombia.
A principios de los noventa Amado Carrillo le robó a Pablo Escobar un cargamento de 12 toneladas de cocaína. Ante esa “traición”, el entonces jefe del Cártel de Medellín pensó en lanzar una guerra contra el de Juárez, según revela Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye, quien fue jefe de sicarios del medellinense y es autor confeso de 200 asesinatos, “más o menos”. En entrevista habla de las similitudes y diferencias entre los narcos colombianos y los mexicanos y advierte que los capos de estos últimos tienen los días contados, porque desde las prisiones sudamericanas los han estado delatando. Sostiene que sus enemigos intentarán matarlo cuando en julio próximo salga de la cárcel: “Soy 80% un hombre muerto”.

CÓMBITA, COLOMBIA.- Jhon Jairo Velásquez Vásquez, Popeye, exjefe de sicarios de Pablo Escobar Gaviria y asesino confeso de “más o menos” 200 enemigos propios y del Cártel de Medellín, recuerda la Tijuana de finales de los ochenta como una ciudad violenta y desafiante.
“Tijuana era peligrosísima y de lo más que se tenía que cuidar uno era de la policía. Uno sabía que la policía mexicana era la más corrupta del mundo y en la época en que yo iba, si uno llegaba con 10 mil dólares a México la policía lo desaparecía”, dice Popeye en entrevista con Proceso en la cárcel de alta seguridad de Cómbita, 170 kilómetros al noreste de la capital colombiana.
Viajó varias veces a México a finales de los ochenta como emisario de Escobar, el extinto jefe de la organización de Medellín. Recuerda la Ciudad de México, los largos pasillos del aeropuerto y los vuelos de conexión hacia Tijuana y Ciudad Juárez, donde se entrevistó con Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, jefe del Cártel de Juárez, para “cuadrar” los primeros embarques de cocaína desde Sudamérica.
Eran otros tiempos, afirma. El grueso del negocio de la droga lo manejaban los colombianos. Hoy, más de dos décadas después, ocurre lo contrario. Según Popeye, las mafias mexicanas se apoderaron de la industria de la cocaína y superaron a las colombianas.
“Los ricos del narcotráfico, los ricos, ricos, ricos, son los mexicanos”, afirma y sostiene que las organizaciones criminales de México también son más violentas, aunque menos efectivas que el Cártel de Medellín de los ochenta y principios de los noventa.
“Ellos matan muchas personas pero no tienen la efectividad que teníamos nosotros para golpear las estructuras del Estado. Los Zetas han matado a muchos. Siento que están equivocados. Matar tantas personas es una locura, al son de nada. ¡Esos 70 inmigrantes que mataron! (en San Fernando, Tamaulipas, en 2010) ¡Están locos!”, afirma el expistolero que se entregó en 1992 a cambio de un trato judicial por el que cumple una condena de 21 años, que terminará el próximo julio.
Señala que en el negocio de la droga actualmente “el narcotraficante colombiano es el que menos gana. El mexicano, sin siquiera sudar, sin mojarse, pasa 20 o 30 toneladas de cocaína por túneles en la frontera (con Estados Unidos) y gana dinero como loco”.
Considera, sin embargo, que la alianza entre colombianos y mexicanos es indisoluble, porque los primeros controlan la producción de cocaína en el área andina, y los segundos, las rutas y el ingreso de la droga al principal mercado del mundo, Estados Unidos, donde, de acuerdo con Popeye, están las principales organizaciones criminales.
“Usted nunca ha oído que salga un grupo de narcotraficantes norteamericano, que le quiten la propiedad a los norteamericanos, que persigan a los norteamericanos ni que empiecen a echar bala contra los norteamericanos. Ellos protegen su economía. Pero sí van contra los narcotraficantes mexicanos, contra los colombianos”, sostiene.
–¿Por eso dice que los principales cárteles están en Estados Unidos?
–Manejados por multinacionales de la distribución de la cocaína. Lo que pasa es que ellos no son violentos. Usted sabe, la infraestructura norteamericana no va a andar con fusilería AK-47, como andan los mexicanos en las calles, como andábamos los colombianos en otra época. Son mafiosos de corbata y a ellos no los persiguen.
La sociedad con Juárez
Para Popeye –de 50 años–, la supremacía de las mafias mexicanas sobre las de Colombia se comenzó a fraguar cuando Escobar estableció una sociedad con El Señor de los Cielos en 1988.
Entonces el Cártel de Medellín era responsable de 80% de los envíos de cocaína a Estados Unidos. Escobar –a quien Popeye aún llama El Patrón– escalaba una guerra contra el Estado colombiano para abolir la extradición, y la administración antidrogas estadunidense (DEA) le cerraba el paso a los aviones del capo que ingresaban a pistas privadas de Florida. Había que buscar nuevas rutas y nuevos aliados.
Según Popeye, con la sociedad entre Carrillo y Escobar se abrió una ruta de cocaína que iba vía marítima desde el suroccidental puerto colombiano de Buenaventura hasta las costas del Pacífico mexicano, donde los barcos descargaban la droga para entregarla al Cártel de Juárez.
“Era una ruta que se llamaba La Fanny, por cuestiones de contabilidad (así la nombró el jefe de finanzas del grupo de Medellín, Gustavo Gaviria, primo hermano y socio de Escobar), y era la que mantuvo a flote a Escobar, porque a raíz de la guerra contra el Estado colombiano los americanos empezaron a cogerle los aviones al Patrón en Costa Rica, Nicaragua, Panamá, en todo Centroamérica”, relata Velásquez en el patio de visitas de la cárcel de Cómbita, custodiado por dos guardias que lo trajeron desde su celda esposado y protegido con chaleco antibalas y un escudo blindado.
Dice que la sociedad entre Escobar y Carrillo fue muy rentable para ambos hasta 1991, cuando el primero se entregó y fue recluido en la cárcel La Catedral, que él mismo había mandado construir en las afueras de Medellín.
“Estando nosotros en La Catedral, Amado Carrillo le robó al Patrón como 12 mil kilos de cocaína. Esto lo hizo en alianza con el Cártel de Cali, que estaba en guerra con nosotros. Ahí se terminó la sociedad”, narra.
Afirma que en esa época Escobar “financieramente estaba muy golpeado” y pensó en desatar una guerra contra El Señor de los Cielos, pero no lo hizo porque “era complicado; teníamos guerra con el Estado, con los paramilitares (militares exaliados de Escobar) y con Cali; abrir una cuarta guerra contra Amado Carrillo… ir a México es complicado. Usted sabe que el mexicano es jodido, y uno decir que ya, vamos a mandar 20 sicarios de Medellín a México… se los tragan vivos en 10 minutos. En esas guerras hay que tener cuidado”.
De acuerdo con Popeye, con la ejecución de Escobar en 1993 comienzan a “industrializarse” los envíos de cocaína a México y las mafias mexicanas cobran una importancia ascendente en ese negocio: desde el Cártel de Juárez hasta el de Sinaloa y el de los hermanos Beltrán Leyva.
Las delaciones
Aun en la cárcel el exlugarteniente de Escobar se mantiene al tanto de lo que ocurre en Colombia y el mundo a través de la radio, la televisión y los principales diarios del país, que recibe cada semana. También está al día en noticias de los sótanos del crimen gracias al contacto con otros reclusos, pese al estricto régimen carcelario.
Sabe de las decenas de miles de muertos que dejó la narcoviolencia en México el sexenio pasado y conoce a algunos de los protagonistas. Ubica muy bien a Leyner Valencia Espinosa, Piraña, un colombiano que operó en el Cártel de Norte del Valle para Arturo Beltrán Leyva, ejecutado por la Marina en diciembre de 2009.
Según Popeye, Valencia –capturado en Colombia en 2006 y extraditado a Estados Unidos en 2007– comenzó a colaborar con la DEA en una prisión colombiana y fue pieza clave para atacar la estructura de Arturo Beltrán Leyva y dar con su paradero.
“A los cárteles mexicanos los están atacando desde las cárceles colombianas. La delación es lo que va acabar con ellos. Es que acá los colombianos han nutrido a las mafias mexicanas y las conocen bien”, afirma.
Considera asimismo que en estos momentos Joaquín El Chapo Guzmán es el narcotraficante más poderoso del mundo. Y también el más rico.
“Es más rico que Pablo (Escobar), 100 veces”, considera, ya que gana 40% del valor de cada kilogramo de cocaína que le envían sus socios colombianos para colocar en Estados Unidos, y eso “sin untarse la uñas de cocaína, sin sudar; la pasa y se gana una tonelada de dinero”.
–Algunos equiparan al Chapo Guzmán con Pablo Escobar. ¿Usted qué piensa?
–El Chapo es rico y es violento y es guapo. Pero no tiene la mente criminal de Pablo Escobar, en eso no le llega ni a los talones. Pablo Escobar tenía un norte, que era tumbar la extradición, y El Chapo Guzmán no tiene un norte, él no tiene qué pedir.
–¿No tiene una causa?
–No tiene una causa, exactamente. No tiene una causa –repite.
Dice que Escobar y sus socios del Cártel de Medellín tenían como causa abolir la extradición y lo lograron cuando en la Constitución de 1991 quedó prohibida, de manera expresa, la entrega de colombianos para ser juzgados en otros países, aunque esa medida se derogó en 1997, cuatro años después de la muerte del capo más poderoso de Colombia.
“Nosotros éramos un puñado de 2 mil asesinos de las barriadas de Medellín y acabamos con la república de Colombia porque atacamos los cuatro poderes: el Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial y la prensa. Eso le costó 3 mil víctimas al Estado y doblegamos al Estado”, sostiene.
Entre las víctimas del Cártel de Medellín se cuentan el ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla (1984); el periodista Guillermo Cano y el coronel Jaime Ramírez Gómez (1986); el procurador general Carlos Mauro Hoyos (1988); el coronel Valdemar Franklin Quintero y el precandidato presidencial Luis Carlos Galán (1989), además de 540 policías y decenas de civiles que murieron en atentados explosivos como el que derribó un avión comercial de Avianca en 1989.
Sin contar cadáveres
–¿Usted a cuántos hombres mató?
–Yo realmente… pues uno… ponerse a contar los muertos es de psicópatas, porque yo era un asesino profesional. Yo tengo que ver en la muerte de 3 mil personas, porque eso es lo que dice el proceso (judicial) del Cártel de Medellín; y de mi propia mano, por ahí unos 200, más o menos.
–¿Y eso le produce algún tipo de remordimiento, de reflexión?
–Mire, reflexión sí, pero realmente ya uno peinando canas… he pagado más canas que putas groseras, como se dice, porque a mí me estafaron. Yo, siendo un bandido, otro bandido me estafó, un bandido más grande que yo que es el gobierno, porque yo venía para (pagar) siete años (en prisión) y voy a pagar 22 años.
Popeye estuvo preso un año cuando se sometió por primera vez a la justicia, en junio de 1991, junto con Escobar, pero escapó con este y otros sicarios de la cárcel de La Catedral en julio de 1992. Volvió a entregarse a las autoridades dos meses después.
Ha estado en la cárcel Modelo de Bogotá, en la penitenciaría de Valledupar y en Cómbita y en las tres han intentado matarlo. En la primera lo mandó asesinar el fallecido paramilitar Carlos Castaño.
“Me iban a matar en las duchas en la mañana y aquí, pues uno desnudo y enjabonado, ahí no se salva nadie. Yo soy pequeñito y me iban a soltar dos fieras, dos tipos de 22 años (con cuchillos de madera); recibí el pitazo”, relata y agrega que ante la reiteración de atentados en su contra optó por cambiar de estrategia.
Pensó que si la mafia lo quería matar y a la vez era enemigo del Estado, no saldría vivo de prisión. En 2005 decidió colaborar con la justicia y señaló al político del Partido Liberal, Alberto Santofimio, como coautor intelectual del asesinato del precandidato presidencial de ese partido, Luis Carlos Galán, perpetrado por sicarios de Medellín en agosto de 1989.
El testimonio de Popeye –quien participó en la organización de ese homicidio– derivó en una condena de 24 años contra Santofimio. El exlugarteniente más cercano de Escobar también es testigo en el proceso por el atentado contra un avión de Avianca, en el cual murieron 107 personas en noviembre de 1989.
A cambio de su colaboración con la justicia el Estado lo protege. En Cómbita se siete a salvo. Es el penal de más alta seguridad en Colombia. “Por aquí ha pasado toda la mafia colombiana”, dice, entre ellos los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, jefes del Cártel de Cali que fueron extraditados en 2004 y 2005 a Estados Unidos.
“Estamos muertos”
“¿Cómo acabaron con nosotros?”, se pregunta, y enumera los factores que cambiaron el curso de una guerra que por momentos parecía ganada por el narcotráfico: La creación de servicios de inteligencia eficaces y de fuerzas de operaciones especiales, el combate a la corrupción en los cuerpos de seguridad, la asesoría de Estados Unidos y sobre todo las recompensas.
“El problema de la mafia es la dela-ción”, considera.
–¿La delación?
–Sí. ¿La forma de acabar con la mafia mexicana cuál es? El cartel de “se busca”. Tienen que estar sacando en los medios (carteles ofreciendo recompensas con las fotografías de los principales capos), repartiendo papeles, tirándolos (por avión).
–¿Una política de recompensas?
–Es clave. Pablo Escobar me dijo, cuando nos sacaron los carteles de “se busca” (en 1989): Pope, estamos muertos. Es como en el Oeste: “se busca”, estamos muertos. El cartel de “se busca” es muy delicado para uno como bandido; usted llega a comprar un refresco y ahí está la foto de uno y alguien lo ve en la televisión y sabe que usted vale 10 millones de dólares.
Popeye sabe que su vida penderá de un hilo cuando recobre la libertad, en cinco meses. Dice que tratará de llevar una vida católica, “como lo ordena Dios”, pero que tiene muchos enemigos: Los familiares, amigos y socios de las más de 3 mil víctimas del Cártel de Medellín; los exjefes del DAS –la recién desaparecida agencia colombiana de inteligencia contra cuya sede la mafia medellinense hizo estallar una camión con dinamita en 1989 y organismo al cual acusa de complicidad en la muerte de Galán y de la explosión del avión de Avianca– y los hermanos Jorge Luis y Juan David Ochoa Vásquez, entre otros.
Los Ochoa Vásquez –socios de Escobar que se entregaron a la justicia en 1990 y purgaron seis años– lo denunciaron ante la fiscalía por intento de extorsión y Popeye los acusa de seguir delinquiendo y de tener nexos con Los Zetas.
–¿Qué posibilidades tiene usted de que lo ejecuten o de sobrevivir cuando recobre la libertad?
–Un 80% a que me matan y 20% a que corono –expresa con una sonrisa–. Ese es el juego. Yo tampoco soy huevón (pendejo, en argot colombiano). ¿Voy a pagar 22 años de cárcel para irme a buscar enemigos y decirles: ‘Oiga, dispárenme aquí?’ No. Yo me cuido y, si un tipo viene a matarme, pues me defiendo. Yo no soy suicida.
Popeye afirma que los cárteles colombianos transmitieron una enseñanza a los mexicanos: La violencia. Pero les falta aprender las consecuencias de la violencia.
“La consecuencia es que ellos (los jefes de los grupos mexicanos) están muertos, como muertos están casi todos los del Cártel de Medellín”, sostiene.
–¿Por qué están muertos?
–El Chapo Guzmán está muerto –afirma–. En muy poco tiempo El Chapo Guzmán va a caer. ¿Por qué? Porque depende de fuentes humanas y va a cometer errores. ¿Y sabe cuál es el problema del bandido? El bandido tiene un problema muy verraco (muy cabrón, en colombiano): El bandido tiene que tener suerte todos los días, las 24 horas, ni siquiera 23, todas las semanas, todo el mes y todo el año, y el policía no necesita sino un minuto para matarlo a usted.
–¿O sea que usted cree que tarde o temprano..?
–El Chapo Guzmán cae –se adelanta–. Y mire usted en estos días, en una operación de rutina, la Marina mexicana se encontró con el jefe de Los Zetas y lo mató.
Lo dice un hombre que al salir de prisión estará 80% muerto, pero buscará una mujer buena, bonita y austera con la que piensa compartir la “fortuna pequeña” que le quedó de sus días de jefe de sicarios y la cual le da para vivir con modestia, “como clase media-media”, el resto de su vida. El 20% que le quede de ella.