Vivir rápido y morir joven; La generación desechable de los jovenes sicarios
Desde hace poco más de cinco años los jóvenes de las grandes urbes de México se han convertido en “carne de cañón” de las grandes organizaciones del crimen organizado que han reclutado a miles de muchachos para engrosar sus filas.
Muchas historias con trágicos desenlaces se han entretejido alrededor de este hecho. Podríamos decir que en medio de la mayor crisis de inseguridad que afronta México, las nuevas generaciones crecieron en ambientes caracterizados por la pobreza y el miedo, en los que las bandas del crimen organizado se dieron a la tarea de reclutar niños y jóvenes hacía el interior de los grupos para ensanchar sus dominios en las grandes ciudades, casos especiales los encontramos en el norte de México y en estados como Morelos, Guerrero y otros ubicados en la costa del Golfo de México.
Aunque los jóvenes no nacen dentro de un grupo criminal, el hecho de la vinculación descansa en una característica de las nuevas generaciones, a la que llamamos “gratificación postergada”, que no es más que la presión que ejerce la sociedad sobre la juventud y que prolonga la incursión de los jóvenes en los canales lícitos para incorporarse al sistema productivo.
Por lo anterior, las masas juveniles permanecen en un periodo de espera, principalmente los jóvenes que en cierta medida tienen una preparación académica. Aquellos que no están a la espera, son precisamente los que no estudian ni trabajan y que encuentran en la delincuencia organizada un medio para lograr sus metas, pues es ahí donde acceden a grandes sumas de dinero.
Con este panorama, de lograr hacer mucho en tan poco tiempo, hecho contrario a lo que llamamos “gratificación postergada”, miles de menores de edad engrosan las filas del narcotráfico con el objetivo de ganar fuertes sumas de dinero a corto plazo, lo que contrasta con los jóvenes escolarizados que, bien podemos decirlo, calientan la banca en espera de su incorporación al sistema.
Nuevo Laredo, Tijuana, Mexicali, Monterrey, Saltillo, Torreón, Ciudad Juárez son sólo algunos ejemplos del involucramiento de los jóvenes dentro de las redes del crimen, de hecho los menores son el rostro más visible del ejército de personas que trabajan en las bandas criminales.
Los barrios de origen de estas enormes masas juveniles se caracterizan por ser lugares con una amplia tradición delincuencial, en el caso de Nuevo León, son aquellas comunidades como la zona sur y el sector norponiente de Monterrey, puntos del sur y oriente de Guadalupe y algunas colonias de Santa Catarina, Apodaca y Escobedo.
Estos lugares, con una alta incidencia de pandillas juveniles, se convirtieron en un caldo de cultivo, donde la “chaviza” aprendió a sobrevivir en un ambiente hostil, con las agresiones de sus jóvenes rivales, además de la violencia simbólica del poder a través de la brutalidad policial y la ausencia de políticas públicas; todo es el pan de cada día, una losa pesada sobre los hombros de las nuevas generaciones.
En este sentido encontramos un tipo de socialización orientada al éxito, Fau1 descubrió que este tipo de hecho es una coyuntura ideal para la conformación de grupos juveniles con orientación delincuencial.
“En este periodo crítico de transición entre la infancia y la edad adulta, el individuo trata de ganar su autonomía. Es falso afirmar que la necesidad esencial del adolescente es la libertad, o que su rasgo predominante es el espíritu de oposición o rebelión”. (1) En este proceso de lucha por la autonomía el joven encuentra en sus iguales el medio de afrontar los peligros de la jungla urbana.
SOCIALIZACIÓN “GANDALLA”
Ante los embates violentos del estado, la violencia familiar y del medio barrial, el proceso de socialización, por la urgencia de sobrevivir en ese ambiente hostil, se orienta hacia satisfacciones inmediatas, a este tipo de socialización la denominamos “gandallismo”, es decir, conseguir el mejor provecho sin invertir mucho tiempo y esfuerzo, en otras palabras, se trata del placer sin culpa, cuyo fin es obtener la autonomía de la familia y ostentar el poder en su barrio, antropológicamente entendido como su territorio.
Al vivir en medio de una tremenda escasez las masas juveniles responden con creaciones culturales y asumen cierto tipo de patrones de comportamiento que en gran medida son una respuesta a las condiciones en las que se encuentran.
Podríamos hablar de que en estos barrios existe una forma de cultura parental en términos antropológicos que se convierte en pauta establecida y que es una especie de patrón de comportamiento aprehendido por los jóvenes dentro de su proceso de socialización. Entendemos por cultura parental, siguiendo a Carles Feixa, (2) las grandes redes culturales, definidas fundamentalmente por identidades étnicas y de clase, en el seno de las cuales se desarrollan las culturas juveniles, que constituyen subconjuntos.
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No se limita a la relación directa entre ‘padres’ e ‘hijos’, sino a un conjunto más amplio de interacciones cotidianas entre miembros de generaciones diferentes, en el seno de la familia, la escuela local, las redes de amistad, las entidades asociativas, etc. Mediante la socialización primaria, el joven interioriza elementos culturales básicos que luego utiliza en la elaboración de estilos de vida propios. (2)
El espejo de producción cultural, en términos de Jean Baudrillard, (3) se reproduce constantemente y forma parte de una línea en una especie de espejo que refleja patrones culturales emanados de los modos de conducta de los adultos en sus barrios originales.
En este sentido, retomamos algunos postulados de la Escuela de Birmingham para explicar la complejidad de las conductas de los jóvenes que han conformado toda una cultura ligada a las actividades delincuenciales.
La vida de quienes engrosarán las filas de los grupos criminales se caracteriza por un ambiente familiar con problemas y por una miseria que los obliga a la inmediatez, donde el futuro es incierto y predomina una socialización que por regla obliga a sacar el mayor provecho con el menor esfuerzo.
Con este tipo de modo de socializar, las subculturas criminales echan sus raíces en las barriadas populares y ante la “expulsión” de los niños y jóvenes de los canales establecidos para ascender en la pirámide social, la delincuencia se convierte en una opción para incorporar a las nuevas generaciones como parte activa de las funciones ilícitas.
La pandilla como grupo social se constituye en una organización que detenta su supremacía en un territorio determinado y en gran medida es una toma de poder, idoneo para las actividades relacionadas al narcotráfico.
Con la tremenda crisis que afecta a las masas juveniles, “el narco”, entendido como un estilo de vida, se convierte en una ventana de oportunidad para el subproletario urbano juvenil. Entendemos por subproletariado aquella capa social que surge en las grandes ciudades como consecuencia de la explosión demográfica, el desempleo y la marginación y está situada por debajo del proletariado. (4)
La telaraña del narco es próspera en la medida en que las instituciones sociales en México han expulsado a las nuevas generaciones y es el narco o la delincuencia como forma de vida, la que ha venido a llenar esos espacios vacíos.
Al respecto, es importante asumir que los jóvenes están dentro de una espiral de violencia tanto de víctimas como victimarios en la que el narcotráfico se consolida como un ofertador del futuro para los jóvenes.
Bajo la óptica de encontrar a los culpables, el Estado convierte a los jóvenes en sujetos incómodos, en una sociedad “en la que se puede echar la culpa de todo; es por esto que se presenta la criminalización y ésta a su vez muestra un estado debilitado y medios de comunicación altamente cuestionables”. (5)
EJÉRCITO JUVENIL “DESECHABLE” AL SERVICIO DEL NARCO
Aunque sus facciones aún son de niños ya forman parte de la estructura del crimen organizado en algunas ciudades de México, como es el caso de Monterrey. Se trata de los nuevos sicarios, aquellos que pasan a engrosar las filas de la delincuencia organizada a pesar de ser menores de edad. Participan en delitos relacionados con vigilancia, venta al menudeo y homicidio de paga. Mueren a causa de la guerra que sostienen con los grupos contrarios y en los enfrentamientos con las fuerzas castrenses. Son los desechables, muchachos sustituidos de manera inmediata al ser abatidos por otros cada vez más jóvenes.
Investigaciones de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) (6) calculan que por lo menos 30 mil menores han sido reclutados por las organizaciones criminales en los últimos años en las áreas de actividades de la delincuencia organizada, ya sea en el tráfico de droga, venta de piratería, extorsión, redes de corrupción y asesinatos.
El informe detalla la manera en cómo los menores desde el mismo momento en que son reclutados comienzan una carrera delictiva muy corta cuyo tiempo puede oscilar entre los 10 y los 8 años.
La investigación de la Redim encontró que los menores entre los 9 y 10 años de edad empiezan a ser reclutados como informantes.
Posteriormente, a los 12, una vez que conocen los movimientos y la estructura de las organizaciones, se les usa como vigilantes en las casas de seguridad donde mantienen a los secuestrados. Ya con un previo entrenamiento, entre los 14 y 16 años se “gradúan” como sicarios o bien como encargados de una “tiendita” de droga. (6)
A nivel nacional no hay cifras oficiales, sin embargo, de acuerdo a especialistas, la manera en como son reclutados varía de acuerdo a la zona del país, al igual que los sueldos y las edades.
En las ciudades fronterizas las pandillas son el principal semillero de los grupos de sicarios y además de la venta al menudeo de droga: Monterrey, Ciudad Juárez, Tijuana, Mexicali, Torreón y Saltillo, son sólo un ejemplo de cómo los niños y jóvenes han caído en la telaraña del narco.
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En estados como Veracruz, Tabasco y Campeche existe una cifra oficial, pero según expertos en el tema de violencia, activistas y organismos dedicados a trabajar con jóvenes, las formas de reclutamiento, edades, zonas y sueldos son variables. En algunas entidades como Morelos y Guerrero los menores son utilizados como matones a suelo o bien como “matarifes” (término empleado a las personas dedicadas a matar y destazar animales en los rastros) que se encargan de mutilar a los enemigos.
LA SEDUCCIÓN DEL PODER, A TRAVÉS DE LA DROGA Y LAS ARMAS
En el norte de México las pandillas tal vez sean el sector mayormente vulnerable de involucrarse al crimen organizado. “Aunque no hay que generalizar, los grupos criminales reclutan menores pero no a todos los pandilleros, sino más bien a los que les son más útiles y de ahí van seleccionado y les atribuyen funciones especiales”, comenta José Antonio Pérez Islas, investigador de la UNAM. (7)
Los datos de la Redim no son nada halagadores en la medida en que estiman que más de mil niños, niñas y adolescentes han perdido impunemente la vida en los últimos años en el combate contra los cárteles, aun cuando las cifras proporcionadas por las instancias oficiales aportan datos incompletos. El informe del Departamento de Defensa de los Derechos de los Menores advierte que unos 30 mil niños y niñas cooperan con los grupos criminales.
Ante la gravedad de la situación, la Redim sostiene que los menores involucrados en actividades ilícitas no deben ser considerados sólo como infractores de la ley, además hay que visualizarlos como víctimas de la explotación del crimen organizado. “Ser parte del narcotráfico puede llegar a ser una opción tentadora cuando se combinan la oportunidades para el éxito y una forma de vida que a una edad temprana les permite acceder al consumo de drogas y la posesión de armas”, menciona Pérez Islas.
Sobre el involucramiento de los menores en las acciones del crimen organizado, la Redim afirma con preocupación que el narcotráfico está teniendo un impacto cultural sobre jóvenes, niños y niñas al grado de que la identidad se ha ido transformando en el hecho de aspirar a ser un líder del grupo criminal y con ello exaltar las acciones de los criminales y llegar a imitarlos.
José Manuel Valenzuela Arce, investigador del Colegio de la Frontera Norte, menciona que los sueldos de estos muchachos pueden llegar a los $12 mil pesos mensuales. (8) Muchas son las razones para el ingreso a estas organizaciones, sin embargo, las pocas opciones a futuro y el hecho de adquirir bienes son variables de peso para explicar la creciente vinculación a los grupos de la delincuencia organizada.
“Sí es cierto que hay muchos problemas, que van a optar por esa posibilidad porque no hay muchas opciones y esto les ofrece algo redituable, algo que no les va a ofrecer la maquiladora, a lo mejor ganan más en un año que lo que van a ganar en diez años en la maquila”. En comunidades con nulas posibilidades de escalar la pirámide social, el narco representa una ventana de oportunidad para llegar hacia la parte de arriba.
“La descomposición del tejido social, el incremento de la desconfianza en las instituciones y el cierre de opciones para generar proyectos viables de vida están haciendo que muchos jóvenes opten o acepten participar dentro del enramado del crimen organizado”.
Para Valenzuela Arce la participación de jóvenes en el narcomundo se debe a una estrategia de sobrevivencia, pero también es un dispositivo de poder, de solvencia y de control. El investigador advierte que la impunidad y la corrupción de las autoridades y policías locales tienen mucho que ver en el problema.
“Hay una fractura muy fuerte del tejido social y no son las instituciones las que representan el orden y la honradez, por lo que muchos de los jóvenes y niños no saben quiénes son los malos y quiénes son los buenos”.
Valenzuela sostiene que el empoderamiento de los grupos delincuenciales, los cuales tienen una enorme capacidad para matar, además de la impunidad de la que gozan, ha logrado que la sociedad se encierre en sus casas, dejando en manos del narcotráfico sus calles. “Esto deja en la vulnerabilidad a los menores, sin opciones por parte de las instituciones y frente a escenarios en donde crece el miedo”.
La cárcel o la muerte suelen ser los destinos finales de su itinerario vital. Los jóvenes sicarios adquieren notoriedad social desde su misma invisibilidad que los ha condenado a vivir al margen del progreso del proyecto nacional, el cual encierra a las nuevas generaciones de los barrios populares en un callejón sin salida.
La vinculación de las organizaciones criminales y las pandillas se puede entender desde la óptica del control territorial: los grupos de barrio y de esquina, con sus redes de solidaridad extensa, sus rituales y compleja movilidad, han sido el mecanismo ideal para expandir de manera silenciosa la telaraña del narco, como pasa en Monterrey.
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Los menores, por lo general, empiezan su carrera como vigías (“halcones”), después pasan a ser ladrones de casas. Posteriormente roban a quienes transitan por las calles donde se ubica su territorio, y después se gradúan en el robo de autos hasta que son reclutados por la delincuencia organizada (“estacas”).
Estos adolescentes son muy apreciados por las organizaciones criminales, ya que por su corta edad no suelen ser arrestados, lo que los hace ideales para “halcones” o “estacas”. Les pagan poco, pero al provenir de familias desintegradas, ser pobres y desertores de la escuela, ese pago mínimo les basta para sentirse exitosos y ostentar un fuerte sentido de pertenencia.
Los nuevos sicarios hacen de su muerte una de las pistas más expresivas de su forma de vida. Monterrey se está convirtiendo en una ciudad donde los muertos no gozan de duelo, especialmente entre los llamados desechables, de nula significación social, quienes representan figuras de héroes caídos en la guerra contra la pobreza.
En muchos barrios de Monterrey hay murales en los que los jóvenes ejecutados son entronizados como héroes y son motivo de culto.
“LLEVAS SIEMPRE LA DE PERDER”
Una estampa que ejemplifica la vida cotidiana de muchos jóvenes en la zona norponiente de Monterrey fue proporcionada por dos integrantes de pandillas de Fomerrey 116 –quienes pidieron el anonimato–, ellos reconocen que las bandas actuales son más peligrosas y violentas, y advierten que ahora es más difícil salir de ellas, pues su deserción puede generar conflictos con los líderes que las controlan. “Uno entra a esta transa porque le gusta el dinero, no es otra cosa más que eso; pero como eres drogadicto, te vale todo lo que te dicen y vas y vas probando más droga hasta que ya estás bien adentro del vicio”, menciona uno de los entrevistados.
Luego viene la gente a ofrecerte más droga para que vendas y para que consumas, y te conviertes en un esclavo; ahí llevas la de perder, porque no sabes hasta dónde vas a vivir, es la verdad. Es como estar muerto en vida, y todo por el poder y unos cuantos pesos. La fama no te dura nada. (9)
Estos jóvenes, cuya narrativa de vida se caracteriza por la negligencia social y por familias incapaces, derivan fácilmente en conductas antisociales.
Hay amigos que me dicen que tienen dinero gracias a lo que hacen, y que prefieren que los maten antes que ir a la cárcel. Por eso viven muy de prisa, porque de todos modos van a morir; pero piensan que es mejor hacerlo jóvenes y con dinero, que acabar viejos y jodidos.
La realidad es que los pandilleros obtienen no sólo bienes y dinero, sino que en sus barrios de origen experimentan una sensación de grandeza, de respeto social, un poder basado en el miedo que infunden a los demás en medio de la impunidad: dejan de ser los chavos marginados del barrio. Esto asegura su lealtad y para los grupos criminales valen su peso en oro cuando pasan a ser un eslabón efectivo, presto y desechable en la cadena de elementos que conforman los ejércitos del crimen organizado.