EN EL DESAMPARO Los Zetas, el Estado, la sociedad y las víctimas de San Fernando, Tamaulipas (2010), y Allende, Coahuila (2011)
Las tragedias de San Fernando y de Allende fueron el resultado de múltiples factores. Tres serían los principales:
a) El control casi total del crimen organizado sobre algunas regiones de Tamaulipas y Coahuila.
b) La guerra entre el Cártel del Golfo y los Zetas iniciada en enero del 2010.
c) La complicidad de algunos agentes del Estado, complementada con la indiferencia, ineficiencia y/o debilidad de otras dependencias.
San Fernando, Tamaulipas
San Fernando es un punto de cruce obligado para quienes utilizan las carreteras del Golfo de México para entrar a Estados Unidos por Reynosa y Matamoros. Según el historiador Carlos Flores, desde los años cuarenta del siglo XX, San Fernando “estuvo dominado por cacicazgos vinculados a actividades ilícitas”.1 La dominación se convirtió en férrea ocupación cuando empezó la guerra entre los Zetas y el Cártel del Golfo en enero del 2010.
Los Zetas tenían dos objetivos prioritarios en San Fernando:
a) Mantener el control de un municipio estratégico para las comunicaciones y para extorsionar migrantes o utilizarlos como sicarios.
b) Evitar que le llegaran al Cártel del Golfo los refuerzos que les enviaba la Familia Michoacana y el Cártel de Sinaloa para apoyarlos en su guerra contra los Zetas.
En el primer semestre de 2010 crecieron los homicidios y las desapariciones, pero ningún observador anticipó el nivel de salvajismo que significó la ejecución a sangre fría de 72 migrantes el 22 de agosto de 2010. El hecho se conoció porque, cosa rara, en San Fernando hubo dos sobrevivientes (según el entonces presidente de El Salvador, un ciudadano de su país también escapó).
Uno de ellos, ecuatoriano, brindó numerosos testimonios que difieren entre sí (para una revisión detallada véanse los Anexos. La declaración rendida por un hondureño a la Coordinación de Control y Verificación Migratoria del Instituto Nacional de Migración es más precisa porque se corrobora con otras evidencias:
[Los migrantes íbamos en] dos tráileres tipo TROCAS; [los traficantes de personas] nos dijeron que nos llevarían hacia Reynosa, Tamaulipas, [pero] en el camino nos informaron que había un retén de militares. Por ese motivo, nos dijeron que bajáramos de las trocas y continuáramos el viaje caminando para rodear el lugar en donde se encontraba el retén […] caminamos una hora veinte [y] abordamos nuevamente las trocas […] después de veinte minutos más de camino, fuimos interceptados por un grupo de personas [que] vestían de mezclilla, con chalecos antibalas, y con fornituras en la cintura, usaban armas de nueve milímetros, algunas tipo AK-47 y como de francotirador que nos apuntaban con un tipo láser color rojo.
Nos llevaron a un lugar del cual no recuerdo el nombre, solamente logré ver que tenían en la entrada la leyenda “RANCHO” […] nos dieron de comer tacos y sodas y en ese momento nos [dijeron] que pertenecían a un grupo denominado como LOS ZETAS, y que nos ofrecían trabajo porque se encontraban en lucha con otras personas del GOLFO, y en contra del EJÉRCITO […] nos pagarían mil dólares por semana. Sólo aceptaron el ofrecimiento tres personas, una de nacionalidad hondureña, otra salvadoreña y una guatemalteca.
[También les ordenaron quitarse la camisa] para ver si teníamos tatuajes y nos [preguntaron] si habíamos pertenecido a alguna pandilla o grupo de guerrilla en nuestros países, a lo cual todos dijeron que no.
[Nos] volvieron a subir a los tráileres [que] se estacionaron frente a [una] casa blanca. [Un sicario] nos dijo que nos bajáramos […] nos amarraron las manos hacia la espalda con unas sogas de plástico […] nos vendaron los ojos, y […] después nos fueron acomodando formando una U, primero las mujeres entre las cuales se encontraba una [señora] embarazada.
Nos dijeron que nos calláramos y que no gritáramos porque nos iban a matar. Momentos después [un sicario] comenzó a disparar a las mujeres; en ese momento un migrante de quien no recuerdo su nacionalidad les dijo a los sujetos que no les dispara[ran] y escuché que le dispararon y que lo azotaron en la pared; y en ese instante me deslicé hacia unos matorrales […] después escuché que se alejaban las trocas […] veinte minutos después escuché que un hombre se levantó […] me acerqué a él [y] me percaté que se encontraba sangrando y le dije que lo iba a ayudar a salir del lugar.
En agosto de 2010, el encargado de Ciudad Victoria reportó a El Coyote que iban dos camionetas doble rodada con gente [y] que cuando llegaran a San Fernando, las checáramos […] El Kilo checó que eran indocumentados y se le reportó a La Ardilla [quien respondió] que los investigáramos bien, que los del Cártel del Golfo estaban reclutando indocumentados para obligarlos a trabajar de halcones o para tenerlos de esclavos. La Ardilla dio la orden de que se mataran y EL ALACRÁN, EL CHAMACO y EL SANIDAD los mataron con tiro de gracia, calibre 9 milímetros. Cuando se terminó de matar a los migrantes nos fuimos a San Fernando a un rancho […] ahí dormimos normalmente y estuvimos como 15 días […] como ya era de noche, no se enterraron en ese momento,
pero al otro día llegaría EL CHAMACO a enterrarlos, pero ya no fue porque llegaron antes los marinos.
Allende, Coahuila
Los Zetas llegaron al norte de Coahuila entre 2004 y 2005. Iban a reforzar al Cártel del Golfo. A medida que crecía la importancia de Piedras Negras en el tráfico de narcóticos, los Zetas incrementaron su autonomía. Armando Luna,secretario de gobierno de Coahuila, dio una buena explicación sobre la forma como consolidaron su poder en esa región: primero eliminaron la competencia y monopolizaron las actividades ilegales; para ello iban sometiendo a las policías municipales y a las autoridades locales.
El caso de Allende concuerda con esta secuencia y, para 2009, los Zetas tenían a lapolicía municipal a su servicio. Una versión muy extendida es que en Allende desaparecieron 300 personas. Es posible que así sea, pero el expediente de la PGJEC sólo tiene información sobre 42 desaparecidos de Allende en un periodo de 14 meses.
Los hermanos Miguel Ángel Treviño Morales (el Z40) y Omar Treviño Morales (el Z42) controlaban Allende desde Piedras Negras. Ellos creían que había tres traidores en su organización. El principal era Alfonso Poncho Cuéllar, quien tenía como subordinados a Héctor Moreno Villanueva, El Negro, y a Luis Garza Gaytán, La Güiche o La Güichina.
Según afirmaron Cuéllar y Moreno en juicios en Estados Unidos, los hermanos Treviño consideraron que los traidores estaban colaborando con las autoridades estadounidenses; les entregaban evidencia de operaciones, como el lavado de dinero con caballos pura sangre dirigida por José Treviño, hermano mayor del Z40 y del Z42. También los responsabilizaban de haberse llevado entre 5 y 10 millones de dólares de la ganancia obtenida por el tráfico de drogas a Estados Unidos a través de Piedras Negras. Los tres se encuentran en la actualidad en Estados Unidos donde, al menos Cuéllar y Moreno, son testigos protegidos de la DEA (Administración para el Control de Drogas; en inglés: Drug Enforcement Administration).
Garza vivía en Allende y los Zetas ocuparon el poblado el fin de semana que empezó el 18 de marzo. Para castigar su deslealtad desaparecieron a 26 personas: 20 familiares y allegados de Garza, tres amigos de Poncho Cuéllar y dos trabajadores de Héctor Moreno. También destruyeron 32 casas y dos ranchos “Los Garza” y “Los Tres hermanos”.
De acuerdo con los testimonios, el operativo tuvo cuatro etapas:
1.- Los preparativos.
Los sicarios recibieron la orden de“que fuéramos a checar todos los domicilios de la familia Garza [porque] los iban a levantar para matarlos”.
Los 20 efectivos de la policía municipal fueron instruidos para: “No salir a patrullar, ni responder a los llamados de auxilio que se presentaran” y Levantar a cualquiera de apellido Garza” para entregarlo a los Zetas.
2.- La captura.
El 18 de marzo por la tarde llegaron, según el expediente judicial, al menos 60 sicarios fuertemente armados a Allende. “Como a las 6:30 o 7:00 pm”, un grupo de Zetas “tumban con una camioneta el portón principal” del rancho Los Garza, y “entran tirando balazos y agarrando a quien se encontraba presente (de siete a diez personas)”. Entre ellos estaban “cuatro mujeres de edad
mayor y dos niños”.
La búsqueda continuó durante el fin de semana. Por ejemplo, el domingo, un contingente de sicarios y policías municipales “llegamos y nos metimos a la fuerza y tirando balazos” a la casa de un Garza. Lo capturaron a él, a su esposa y a un hijo menor. Los Zetas lo subieron “a la patrulla” de la policía para llevarlo a uno de los dos ranchos donde concentraban a los condenados.
3.- La ejecución y destrucción de casas.
De acuerdo con estas versiones, el domingo los sacaron de las casas a eso de las 8 de la noche para llevárselos caminando a los lugares de ejecución, “para luego matarlos a todos, dispar[ándoles] en la cabeza”.
En el expediente se identifica con nombre a 26 personas presuntamente asesinadas. Durante el fin de semana saquearon, vandalizaron e incendiaron las propiedades. Los Zetas incitaban a los vecinos a robar las casas antes de incendiarlas y demolerlas con maquinaria pesada. Los policías que presenciaron el saqueo “nomás se quedaron mirando”.
4.- El manejo de los cuerpos. Destruyeron los cadáveres en dos ranchos y con métodos distintos.
En el rancho Los Garza llevaron en un camión con redilas “tambos metálicos grandes [con] “diésel o gasolina”. Esparcieron el líquido por toda la casa y en la bodega donde habían amontonado los cuerpos. Remataron antes a los que quedaban con vida. Un sicario recordó años después que “tuve que matar a una persona [de] un balazo en la cabeza”. Luego prendieron el fuego que se prolongó
toda la noche “hasta que se cocinaron” los cuerpos.
En el rancho Los Tres Hermanos (municipio de Zaragoza) también mataron y cocinaron gente, utilizando otro procedimiento: llevaron tambos y “entre todos les hicimos agujeros en la parte de abajo y en los lados”. Luego echaron “un muerto en cada tambo. [Después] bañar los cuerpos con diésel para después prenderles fuego.
Después de cinco o seis horas se cocinaron los cuerpos […] quedaba pura mantequilla. Echaron los restos en una acequia y en un pozo para que no se viera nada”.
"En Allende hubo dos supervivientes. Una niña de cinco años y un niño de tres. Una policía integrada a los Zetas se los llevó y los entregó en una casa hogar de Piedras Negras. De ahí fueron recogidos por sus parientes, con quienes viven desde entonces."
El control sobre los policías municipales de ese municipio coahuilense no era absoluto. Sabemos, por el expediente, que nueve de los 20 policías no colaboraron activamente y que el cuerpo de bomberos incluso se rehusó a colaborar y a recibir dinero. Reproducimos el testimonio de un bombero sobre la relación que estableció u corporación con los Zetas (relato no verificado):
El jefe de plaza “le enseñó una faja de mucho dinero” al comandante de los bomberos de Allende y le dijo “tengan para que se alivianen” y el comandante le contestó que no, que así estaba bien, que “no había bronca”. Entonces los Zetas “se bajaron de sus vehículos y nos dicen: ‘váyanse a la verga para atrás’” y en la parte de atrás nos bajan los pantalones y con un leño nos pegaron en las nalgas, nos tablearon a todos mis compañeros por habernos negado a recibir el dinero. Después de tablearnos se fueron del lugar y advirtieron que si seguíamos negándonos nos iría peor. El comandante luego “habló con ellos y convinieron no aceptar nada de ellos para no tener ningún compromiso”.
Desconocemos cuántos habitantes de Allende pusieron distancia con los delincuentes.
Sabemos que hubo quienes justificaron los hechos y hasta celebraron las desapariciones. Un vecino de Allende declaró al Ministerio Público que “en la casa de XXXX Garza, vendían droga, y siempre iba mucha gente a comprar y eso era algo que todo el pueblo sabía”. Otra persona reconoció haber subido a Facebook fotografías de casas derruidas acompañado de una frase inquietante: “todo se paga… ¿qué tal se siente?”.
Según el expediente de la Procuraduría de Coahuila, el comentario de esta persona se debía a que los Garza le habían arrebatado el control de la plaza a su padre.
Solo quedan varias preguntas por responder, ¿cuál es la magnitud de la base social que tenía o tiene el estado de derecho y el crimen organizado en San Fernando, Allende y otras partes del país?, ¿cómo vamos a reaccionar ante aquellos sectores de la población que optaron por entregar su lealtad a los violentos?, ¿tiene la misma responsabilidad el sicario que asesina y los jóvenes que lo protegen porque quieren seguir su camino? ¿Por qué permitieron, el gobierno del estado y la Federación, tantos márgenes de autonomía a los Zetas?