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Un día en la vida de un coyote cuando la rutina es cruzar migrantes de Nuevo Laredo a Texas

Ramón deseaba el sueño americano, pero ahora lo vende. Pasa a decenas de migrantes cada semana por el Río Bravo: normalmente en balsa o incluso a pie. Es una pieza de un entramado de contactos que discurre de Centroamérica hasta Texas. Y del que los cárteles mexicanos sacan tajada.

Nuevo Laredo, México.- Llegó a la frontera buscando el sueño americano, pero se dio cuenta de que no existía.

Ahora vive de vender ese sueño. Pasa migrantes de forma clandestina desde la orilla mexicana del Río Bravo hasta unas decenas de millas adentro de Texas.

“Prácticamente gente de todo el mundo. No namás gente de Latinoamérica, viene gente de Asia, de África, de por allá. Y tú dices: ¿cómo lo hacen para llegar aquí?. Y todos vienen con el mentado sueño americano, que es una gran mentira”, dice Ramón, de 31 años.

– ¿Cada cuánto cruza usted?
– Dependiendo: dos, tres, hasta cuatro veces por semana.
– ¿Ha contado cuántas veces ha ido ya a Estados Unidos?
– Son cientos de veces. Puedes ir una vez por semana, como cuatro veces por semana. Y son seis años, imagínate. ¡Cuántas veces no he cruzado!

Nunca lo detuvieron, aunque ha estado a punto.

Ramón, que no revela su apellido, suele pasar entre 5 y 20 migrantes en cada viaje. Dice que, si son menos de cinco, no sale rentable. Este es un negocio que mueve mucho dinero.

“Es mucho riesgo, pero buena la paga”

Empezó de recadero y, al cabo de seis años, tiene su propio negocio en esta estación del viaje hacia el sueño americano.

“Es dinero, está bien pagado. No te esfuerzas mucho. Es mucho el riesgo, pero es buena la paga”, explica.

Esto es una red de contactos. Ramón dice que es clave tener aliados en la frontera sur de México, con Guatemala o Belice, porque allí es donde se reparte el mercado. También ser leal a sus clientes, quienes necesitarán en el futuro a un coyote para que sus familiares, parientes o vecinos también crucen.

El celular es su herramienta de trabajo: se comunica con Centroamérica, con la frontera sur, con varios puntos de México, con el norte de Texas. Son corresponsales en una ruta de tráfico humano que implica furgonetas, casas escondidas, mordidas a agentes y el trato con los cárteles. 

“Si no pagáramos, el cártel nos mataría”

Un tentáculo más en el tráfico de migrantes son los cárteles de la droga, que asfixian el día a día de las regiones fronterizas.

“Son nuestra entrada a Estados Unidos porque ellos son los que manejan toda la frontera”, explica el coyote. En Tamaulipas, donde estamos, parece que el Cartel del Noreste es el que controla el cruce; en otras ciudades como Reynosa, es el Cartel del Golfo.

Ramón le paga un porcentaje al cártel: un poco más si son adultos, un poco menos si se trata de menores. A veces se presentan antes del cruce, cuentan los migrantes y chequean que los coyotes paguen lo correcto. No siempre aparecen, pero lo suficiente para no jugársela con engañarlos.

“Con una cuota de una persona que no pagues, ya estás violando tu palabra. Y aquí lo que cuenta es la palabra”.

– Si usted no les pagara? – le pregunto.
– No es por decirlo, pero nos matarían.

“Pagan entre 7,000 y 10,000 dólares por todo el viaje”

Dice que es un redondeo que hacen los migrantes porque, en realidad, pagan por partes. De El Salvador a la frontera sur de México, un precio. De Chiapas a Tamaulipas, se gastan hasta 3,000 dólares. Y así sumando.

Quien está detrás de esos miles de dólares suelen ser sus familiares que lograron llegar a Estados Unidos tiempo atrás: "Vienen arreglados desde allá arriba".

Ramón dice que los polleros (o coyotes) peligrosos son los que piden la suma total estando en Honduras, El Salvador o Guatemala. “Son charlatanes (…) Al final de cuentas te extorsionan y no te hacen llegar a tu destino”.

Algunos migrantes explican que el coyote los abandonó al principio del viaje o fueron secuestrados en México. Los traficantes llaman a los familiares y piden todavía más dinero.

El coyote habla del precio del viaje como si fuera un vendedor con una garantía en mano: “Si no pasas a la primera, lo volvemos a intentar por el mismo dinero. No te estamos cobrando otro”. Si Estados Unidos los deporta, pueden volver a probarlo tres veces más.


“Les preparo psicológicamente antes de cruzar”

A eso de las 3 de la tarde, Ramón suele ir a las casas donde esconden a los migrantes. Les dice: “¿Saben de qué? Me dieron luz para pasar hoy”.

Luz verde porque ya han pagado. Las llaman 'casas de seguridad'. Pasan horas, días en ellas. Desde allí llaman a sus familiares, normalmente en Estados Unidos, para pedirles el dinero que necesitan para el tramo final. Unos 4,000 dólares.

Hay migrantes que aseguran que, dentro de las casas, los coyotes duplican el precio que habían prometido. Y ellos allí, a unas millas del Río Bravo.

Ramón los va a buscar. Dice que tienen a unas cuatro personas por habitación, que les dan comida y que no siempre es así en este negocio.

“Yo les preparo psicológicamente, diciéndoles que no tienen que hacer ruido en el camino, tienen que ir bien comidos, bien hidratados, porque uno no sabe lo que pueda suceder. Pueden pasar horas agazapados debajo de un árbol”.

Le vuelvo a preguntar sobre el entrenamiento previo y aparece una clave más. A él, no lo pueden mencionar nunca. “Si te agarran, lo primero que tienes que hacer es no decir quién es el coyote”, dice a los migrantes. 

“Hay lugares del Río que el agua no llega ni a las rodillas”

El cruce para Ramón es de noche.

Opera desde las 7 de la tarde y hasta las 10 de la noche; luego de las 11 para adelante. “De 10 a 11 de la noche no se puede mover porque es cuando andan los rondines con mayor frecuencia en la frontera”.

El río, que separa México de Estados Unidos, es más peligroso y mortífero de lo que sugiere su caudal y anchura. A su alrededor, el suelo es arenoso e inestable; la vegetación espesa y tramposa, y se hace difícil imaginar una huida sin un guía.

A menudo, cruzan el río con una balsa neumática o una cámara de llanta de camión. A veces, ni eso: “Nosotros tenemos lugares ya ubicados en los cuales no hay necesidad de que te montes a una cámara, porque no te llega el agua ni a la rodilla”. Si hay mucho patrullaje, cambian de ruta y vuelven a la balsa.

De día, la Patrulla Fronteriza detiene a todas horas: muchas familias y menores centroamericanos buscan ser detenidos para pedir asilo posteriormente. De noche, otros muchos sí huyen, como Ramón y los migrantes que conduce hacia el norte.

Silencio. Los migrantes suelen recordarlo. El silencio, cuando les botan los celulares al agua para evitar imprevistos, cuando se caen al intentar escalar la orilla estadounidense, y cuando la niña de 2 años pierde su muñeca favorita en el río y se pone a llorar.

Vuelvo al coyote: “Ya cruzado el río, debemos caminar sigilosamente”. Buscan la carretera, donde les recoge una camioneta.

“Hemos pasado a migrantes por la aduana”

La corrupción del periplo no se acaba en México.

Los recoge una furgoneta, los llevan a otra casa de seguridad, algunos rancheros en Texas rentan sus propiedades para que las crucen a pie o se hospeden unas horas.

El coyote domina más piezas del fraudulento rompecabezas.

Dice que por la aduana –en auto, ante los agentes y las cámaras– han pasado inmigrantes. “Se consiguen papeles y tomamos personas de que más o menos se parezcan”, explica. Serían visados legales en Estados Unidos y cuyos titulares habrían vendido a la red de tráfico de personas.

Dice que hay algunos agentes de la Patrulla Fronteriza, el cuerpo estadounidense de aduanas, que “se dejan extorsionar y te dejan pasar a los migrantes”.

“Cuando está muy duro aquí, mandamos la gente para allá y los pasan. Dicen que del otro lado no existe la corrupción, pero sí existe”. Ramón no aporta pruebas.

“Llegada de Trump y su guerra en contra de los migrantes”

En se negocio se siente la misma tendencia que en toda la frontera mexicano estadounidense: un aumento de las llegadas de migrantes en las últimas semanas.

Le pregunto por el cambio de gobierno en Estados Unidos, algo que varios migrantes citan como impulso final para emprender el viaje al norte.

La lógica de este coyote es la siguiente: a juzgar por sus promesas electorales, Trump deportará o encarcelará a millones de indocumentados, lo que provocará millones de vacantes de empleos informales en Estados Unidos y elevará los salarios en estos trabajos que serán mucho más demandados.

“Estados Unidos no va a poder vivir sin nosotros”. Sí, Ramón habla como si fuera un indocumentado; de hecho, lo es durante unas horas cada semana. “Lo que hace fuerte a Estados Unidos somos nosotros, los que somos la gente indocumentada”.

Sin embargo, cree que en la mayoría de casos emigran “para que su familia pueda sobrevivir en esos países donde no tienen prácticamente nada”.

“Otras vienen huyendo de guerras, hay conflictos. Hay algunos que vienen solos porque ya se acabaron a sus familias”.